Teresa López Blog

Pequeña Angelina

July 08, 2020

Angelina es una niña que vive en la casa número 32 de la calle Abedul en la colonia Primavera. Tiene 6 años y desde que tiene recuerdos, siempre ha vivido allí. A ella le gusta esa casa, es grande y tiene muchos lugares donde puede jugar. Su lugar preferido es la sala del primer piso porque tiene una mesa grande donde puede construir una casita para sus muñecas, mamá le enseñó a hacerlo. En ese momento ella jugaba. La camita y la ropa en una esquina hacían la habitación de su muñeca, la estufa y el refrigerador en el otro extremo hacían la cocina, a lado estaba una mesita con seis sillitas. Entre la cocina y la habitación estaba la sala con sillones rosas que su abuela le regaló la Navidad pasada. Allí estaba sentada Lily, su muñeca preferida. Lily era muy diferente a Angelina, por eso la había elegido en su cumpleaños pasado cuando mamá y papá la llevaron a elegir su regalo. Le gustaba que sus muñecas fueran diferentes a ella, como mamá y papá también lo eran.

Papá era alto y fuerte. Sus ojos eran negros como el fondo de un pozo en medio de la oscuridad. Tenía un cabello negro y lacio. Lo llevaba siempre corto. Era un tanto «pálido», como solía decirle la abuela. Mamá era alta, pero más pequeña que papá y delgada. Los ojos los tenía de un bonito color café. Su piel era morenita, muy bonita. Su cabello era café, lacio y largo, muy largo. Se lo solía peinar con unas trenzas a lado de la cabeza que se unían en la parte de atrás y dejaban que el demás cabello cayera suelto por su espalda. Angelina adoraba ver el cabello de mamá, siempre le pedía que la peinara como ella. Pero mamá le había explicado que eso no se podía hacer con su cabello todavía. Angelina tenía el cabello muy chinito y esponjoso. Era difícil para mamá peinarlo porque era tanto y tan rizado que a veces el peine se quedaba atorado o se rompía. Angelina tenía la piel color chocolate sin leche, como le decía la abuela. Sus ojos eran color verde. Todos sus amigos se parecían a sus papás. Angelina no lo era, y por eso le gustaba que sus muñecas también fueran diferentes.

Lily tenía el cabello naranja y corto. Su piel se parecía a la de papá. Sus ojos eran como los de Angelina y en su cara tenía unos puntitos muy curiosos que mamá decía que se llamaban pecas. A Lily le faltaba un brazo. Angelina no olvida cuando lo perdió: estaba jugando en el recreo con sus amigas a las muñecas. Todos los recreos se juntaban debajo de un árbol a jugar. Aquel día llegó Lorenzo, un niño grande que iba en cuarto. Estaba molesto por algún motivo que ella desconocía, pero llegó a gritarles y decirles que se desaparecieran de su vista, que ese era su lugar. Sus amigas se espantaron y se fueron corriendo. Angelina no entendía por qué había que hacerle caso a ese niño grosero y le dijo que no tenía que gritar, que podía pedir las cosas por favor, como mamá y papá siempre le decían. Lorenzo se enojó y le arrebató a Lily de las manos. Ella trató de agarrarla, pero él tenía a su muñeca levantada por encima de su cabeza, y Angelina era pequeña y por más que saltara no la podía alcanzar. Después de reírse un rato, Lorenzo le lanzó lejos su muñeca. Ella fue corriendo a donde había caído y cuando la levantó del suelo se dio cuenta que le faltaba un brazo.

Ese día todavía lloraba cuando papá fue por ella a la escuela. ¿Cómo Lorenzo podía ser tan malo para quitarle un brazo a Lily? Ahora Lily estaba incompleta y ya no iba a poder jugar con ella. De camino a casa le pidió a papá que si le podía comprar una muñeca igual, porque Lily ya no era bonita y ya no la quería por estar rota. Papá le dijo que lo pensaría y luego le diría. Llegaron a casa y esperaron a mamá que tardó 15 minutos, pues había tenido mucho trabajo. En la comida Angelina le contó a mamá lo que había hecho Lorenzo con Lily. Mamá le dijo que no se preocupara, que hallarían una solución. Por la noche papá y mamá le dijeron que iban a tener una plática, que trajera a Lily con ellos a la sala. Angelina tuvo que sacar a su muñeca de la caja de juguetes donde la había metido porque estaba rota. Después de sentarse todos alrededor de la mesa donde solía jugar con Lily, mamá y papá le explicaron que Lily seguía siendo bonita, pues lo único que había pasado es que había perdido un brazo, pero eso no significaba que ya no pudieran jugar juntas. Ahora Lily tendría que aprender a hacer todo con una mano y le vendría muy bien la ayuda de Angelina, ya que en momentos difíciles como aquel las amigas eran el mejor apoyo. También le dijeron que una persona no se hacía fea por tener o no tener algo distinto a los demás, que la belleza se encontraba en las características peculiares de cada uno. Entonces Angelina entendió que Lily era la misma muñeca de siempre, solo que con una pequeña diferencia y a ella le gustaban las diferencias.

Era un día soleado y Angelina se encontraba en el parque de la colonia Primavera jugando en el columpio. Mamá y papá la llevaban todos los domingos después de comer. Ellos estaban sentados en una banca cerca. Platicaban entre ellos mientras Angelina jugaba con los otros niños de la colonia. Ese día había una cara nueva: una niña que parecía tener la misma edad que Angelina, iba peinada con dos colitas altas adornadas con unos moños azules y que llevaba un vestido morado. Angelina la observaba mientras la niña nueva subía torpemente las escaleras de la casa de juegos. ¿Por qué era tan mala subiendo escaleras? Todos los niños de 6 años ya sabían subir bien las escaleras. Quizás se había caído algún día mientras jugaba a «las trais» y todavía le dolían las piernas.

Estos pensamientos traía en mente Angelina cuando presenció cómo Rosita, su poco gentil vecinita, y otras amiguitas de ella le decían a la niña nueva que no era bienvenida en esa casita porque era torpe y boba. La niña nueva se quedó muy quieta sin saber qué hacer hasta que Rosita le gritó que las feas no podían jugar allí. La niña nueva comenzó a bajar las escaleras, pero en sus prisas por alejarse de las otras niñas sus piernas le fallaron y calló a la tierra de sopetón. Angelina se levantó del columpio y corrió hacia la niña nueva y la ayudó a levantarse.

Se llamaba Daniela y vivía en la casa número 107 de la calle Higuera de la colonia Primavera. Ella nació especial, según le decían sus papás, porque llegó al mundo antes de lo esperado. Ese día era el primero en que la llevaban a jugar al parque con los demás niños. Le advirtieron que no corriera porque sus piernas aún no eran tan fuertes. Por eso decidió subir a la casita y jugar sentada con las otras niñas.

Angelina supo que Daniela era diferente y a ella le gustaban las diferencias. La tomó de la mano y la invitó a jugar en los columpios. Angelina la ayudó a subirse a uno y, recordando cómo papá y mamá le habían hecho cuando era más pequeña, empezó a empujar suavemente a Daniela para que pudiera columpiarse.

Aquél día Angelina comprendió que las diferencias no solo estaban en los colores y formas de las personas, sino también en otras cosas que puede que aún no conociera. Tenía 6 años y papá y mamá decían que en el mundo había millones de cosas que se pueden aprender todos los días. Angelina esperaba algún día descubrir todas las diferencias que las personas podrían tener, mientras tanto jugaría con su nueva amiga diferente.


Me gusta leer, así que les hablaré de aquello que leo... y otras cositas más. Sígueme en: