Teresa López Blog

El Profe

May 18, 2023

Me miro en el espejo del elevador. Acomodo de nuevo mi cabello, aunque antes de salir de casa lo dejé perfecto. Miro cada detalle en mi cara. Sí, me veo bien. Cuando las puertas se abren salgo con tranquilidad y me dirijo al final del pasillo, oficina 716. Entro con mi propia tarjeta de acceso. Aquí me siento a mis anchas. Después de entrar saludo a la recepcionista con una de mis radiantes sonrisas.

Ella me responde con otra sonrisa, una muy falsa. Sé que me aborrece, pero ¿qué puedo hacer? No es mi culpa que sea una chica fea y bastante tonta. Me fui directo a la sala de juntas. El resto de personal estaba demasiado ocupado o ausente como para entablar alguna conversación en esa área. En la sala de juntas ya están todos, se interrumpe la conversación cuando yo entro. Al ver que se trata de mí continúan la plática. Yo me encamino al asiento que aguarda por mí, el que está al lado del jefe, mi Profe.

Saco mi celular y empiezo a jugar a la granjita que me he descargado hace poco. Es adictivo. Bajo el volumen al mínimo para no molestar a las personas presentes, pero además lo hago para no distraerme con los sonidos de juego. La mayoría de aquí creen que solo soy la nalguita del Profe. No saben que lo nuestro va más allá que solo diversión de un rato. Sin embargo, nos conviene que piensen eso, así puedo hacer mi trabajo eficazmente.

Conocí al Profe en el segundo semestre de mi carrera. Su clase era la más interesante de todas. Los mejores profesores son los que dan una clase y el resto el tiempo laboral lo dedican a sus propios negocios. Este profesor era por mucho el mejor, admirado por todos mis compañeros. Me encantaba verlo exponer. Siempre quedaba embobada con ese porte suyo para caminar y pararse frente a la clase. Su mirada astuta llena de sabiduría. Esa cara de diablo perfecto. Claro que fui la mejor alumna, siempre lo he sido, pero con él debía serlo. Necesitaba su atención. Todo lo que él nos enseñaba yo lo memorizaba, a todas las preguntas que él hacía yo era la primera en levantar la mano para participar. Aún así fingía ser tonta con tal de que me explicara de nuevo las cosas, pero solo a mí. Lo buscaba al final de la clase con cualquier excusa para tenerlo para mí. Él se dejaba llevar aunque nunca se tragó mi historia de chica tonta, sabía bien lo que yo quería y él me lo daba.

Un día simplemente me propuso ir a su casa para explicarme mejor un tema. Yo acepté. Allí comenzó nuestra relación. Poco después me dio llave de su casa. Me la pasaba más tiempo allí que en mi propia casa. A mis padres no les importaba, demasiado ocupados para que prestaran atención a mis idas y venidas. Con que fuera le mejor alumna de mi clase, lo demás respecto a mí les valía un reverendo comino. Ni siquiera tenía que fingir que me iba a pasar la noche a casa de una amiga, no existían preguntas de su parte.

La relación entre el Profe y yo crecía día con día. En la universidad mantuvimos distancia, no convenía que nadie se enterara que un profesor se enredó con su alumna. Soy buena fingiendo, así que dejé de buscarlo en clase sabiendo que su atención la tendría más tarde, en su casa.

Llevábamos un año saliendo cuando me propuso unirme a él, ya no solo como pareja, si no como su compañera de trabajo. Le dije que sí inmediatamente sin saber en qué me iba a meter. Yo estaba dispuesta a lo que fuera con tal de que fuera con él. Le pregunté en qué iba a consistir y me dijo que eso lo veríamos después. Me ordenó irme a mi casa y arreglarme para salir, pasaría por mí antes de las 8:30 de la noche. Estuve lista a tiempo, fuimos a un restaurante bastante elegante. No tuvo que decir a nombre de quién estaba la reservación, al parecer era bien conocido (y respetado) en aquél lugar. Nos llevaron a un privado que tenía una mesa dispuesta para 7 personas. Al cabo de un rato llegaron otros 5 hombres. Él me presentó como su chica. Se me puso la cara como tomate, nunca me había llamado así frente a otros, era la primera vez. Todos me saludaron con cordialidad.

Cenamos. Cuando terminó la cena los hombres pasaron directo a los temas de negocios. No entendí gran parte de lo que dijeron aquella noche, hablaban de cargamentos, de puertos y de unidades a cargo de no sabía qué. Pero presté atención esforzándome por no defraudar a mi Profe.

Cuando regresamos a su casa nos sentamos en la barra de la cocina. Él sirvió vino para los dos. No dijo nada por un largo tiempo. Yo guardaba silencio esperando que me explicara, que me preguntara, lo que fuera. Después de servirse su segunda copa me preguntó qué tanto de la conversación recordaba. Le dije todo lo que guardé en mi memoria aún sin saber bien de qué estaba hablando. Permaneció serio todo el tiempo mientras yo hablaba, mirándome atentamente. No expresó descontento ni alegría, solo estaba concentrado en lo que decía. Cuando terminé mi recuento de la plática asintió y sonrió. Me dijo que me iría explicando poco a poco, pero que aquello era justo lo que quería que hiciera: escuchar y memorizar.

De aquella manera me enteré que mi Profe no solo atendía los negocios que le daban la experiencia y conocimiento para darnos clase en la universidad, también tenía sus otros negocios. Yo me convertí en la que se enteraba de todo sin que nadie supiera. Como dije antes, todos creían que era solo su nalguita. Me hacía la tonta e inocente, la infantil, la que no aguantaba tanto alcohol. Así escuché muchas conversaciones y así transmití muchos secretos a mi Profe. Incluso las verdaderas nalguitas me revelaban bastante información sin que ellas se enteraran de que lo que decían era importante. Los otros negocios de mi Profe prosperaron.

Seguía jugando y arreglando a mi granjita tan mona. Aquella reunión tenía como objetivo aclarar dudas sobre una nueva ruta comercial que estaba en puertas, para los productos legales como los que no. Los presentes eran socios y altos mandos. La reunión perfecta para ser saboteada. Uno de los hombres que hacían guardia en el edificio entró y anunció que estaba iniciando una redada. Todos nos levantamos de nuestros asientos. Mi corazón se me quería salir del pecho. Conocía el protocolo de emergencia, pero nunca lo había vivido. Maldita sea. Miré a mi Profe. Asintió y salió de la sala de juntas dejándome atrás. Me quedé congelada en mi lugar unos minutos más. Sentía un entumecimiento en mis extremidades. Reaccioné demasiado tarde para mi gusto, cuando salí eran pocos los que todavía estaban presentes. Tenía que encontrar la salida rápido, este lugar iba a explotar. Demasiada información y poco tiempo para borrarla. Habría ya un respaldo en la casa de seguridad.

Estaba por alcanzar la puerta cuando escuché los fuertes pasos del cuerpo policial. Al diablo el protocolo, yo iba demasiado tarde.Decidí salirme por una ventana. Gracias al cielo que es un edificio antiguo con cornisas formidables. Con cuidado caminé por ellas hasta alcanzar la escalera de incendios que usé solo para meterme por otra ventana. Ese piso estaba ya vacío. Deambulé un poco antes de encontrar un pequeño montacargas donde solo alguien pequeño como yo podría utilizar. Cuando iba bajando por el hueco, escuché y sentí la explosión. Todo a mi alrededor se sacudió y sentí un miedo como no he sentido nunca en mi vida. Me detuve a escuchar o a esperar mi muerte. Nada. Seguí avanzando hasta alcanzar el piso del personal de limpieza. Ahora solo tenía que salir del edificio, pero podría hacerlo y ser descubierta. Pudiera hacerme la desorientada. Ninguna de mis cavilaciones fue efectiva, pues la explosión paralizó el operativo y era tanto el caos ahí afuera que me mezclé con la gente. Caminé junto con todas las personas que me rodeaban hasta que vi seguro despegarme de ellos. Pedir un taxi hacia la casa de seguridad sería una tontería, me podrían rastrear.

Esperé varias horas mientras caminaba por las calles como si no hubiera estado a punto de morir o ser encarcelada como sospechosa. Para la tarde llegué a la casa. Me costó trabajo, tenemos prohibido revelar el lugar. Solo se puede llegar en carro propio o caminado. Hice lo segundo. Cuando llegué tenía las piernas cansadas en exceso. Los guardias apostados en la entrada se limitaron a mirarme en silencio y a dejarme pasar. Pregunté dónde estaba y me señalaron el área privada. Abrí las puertas dobles que separaban la estancia del resto de la casa. Cerca de los ventanales había un jacuzzi y ahí estaba él como si tal cosa, fumando y con un vaso de licor en su otra mano. Me miró mientras le daba una larga calada al cigarro.

Sonreí.


Teresa López Espinoza

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